La experiencia de no tener dedos pal piano...


En un impulso abrupto quise experimentar, o mejor dicho, desarrollar por completo lo que se podría llamar “mi lado artístico” y me inscribí en un taller. Hace algunos años tuve la suerte de insertarme en el mundo de la ilustración y los libros álbumes, como así todo el mundo de la maravillosa literatura infantil y así, inspirada por otra socióloga, decidí inscribirme en un taller de ilustración.

Por supuesto que antes de abonar la primera módica cuota debo haberle escrito al menos dos veces a uno de los dictantes del curso preguntándole si no sería tal vez demasiado desubicado de mi parte pensar que, efectivamente, lograría hacer algo parecido a la ilustración. En ese momento él debió haberme dicho “huye, retoña mía, huye antes de sufrir las peores humillaciones”. Bueno, en realidad no ha sido tan terrible, pero me gusta ponerle gente al estadio. Llevamos cuatro clases y tres ejercicios y déjenme decirles, con el mejor humor del mundo, que soy la alumna ezpezial del taller. Mis trabajos no inspiran ningún “oh, qué lindo”, ni incluso expresión alguna. Creo que he representado un gran desafío a los profesores dado que al enfrentarse a “mi arte” no hacen más que agarrarse la cabeza y tras una larga pausa poder decir lo rescatable y lo mejorable del trabajo. Todo lo anterior me hace sentir, como dije en un comienzo, ezpezial, pero debo reconocer que no me desagrada en absoluto. Creo que el tiempo puede darme el favor y, con el pasar de las clases, podré mejorar en algo. De todos modos, mi punto es el siguiente: ayer cuando mi mamá me preguntó que cómo me había ido yo le contesté algo como “bien, pero sigo siendo la especial del grupo”. Ante esto, mi madre preocupada me preguntó que por qué yo hacía cosas como meterme a un taller de ilustración donde claramente estoy yendo a perder el tiempo, o como coloquialmente diríamos, a dar jugo.
Bueno, resulta que me gusta dar jugo, y me gusta ese escenario desafiante, yo le respondí algo como “bueno, y por qué siempre tenemos que hacer las cosas que nos resultan fáciles, a mí resulta que me gusta el desafío”… aaaaahhhhh, esa estuvo buena, jaja. Ese era el punto, quería exponer mi temprana experiencia en ese taller e inspirar a mis posibles lectores de que se atrevan a hacer ese tipo de cosas que pueden parecer una gran pelada de cables. Sirve incluso como terapia, persistir y no frustrarse en el intento. En mi caso, la última clase igual me achaqué un poco, pero después invertí el sentido de ese esfuerzo y lo convertí en una meta inspiradora: tengo que dar lo mejor de mí en este taller pero en primera instancia tengo que pasarlo muuuuyy bien, así que esa es mi cruzada por el momento.
Quiero cerrar el tema con la sentencia de una amiga que representa muy bien lo que acabo de exponer: “si tengo una hija, espero que sea la flor amarilla”*

* Cuando fuimos con unos amigos a ver a otro amigo en su presentación de danza (eso va para otro post), vimos también las presentaciones de otros cursos, y en el curso de ballet de pequeñas había una danzarina excepcional, la que lo pasaba mejor seguramente, que por supuesto estaba bailando a su pinta y ni siquiera mirando si es que estaba coordinada con las demás: he ahí la flor amarilla.