Mi Lady Mis Polainas

Hace un tiempo ya, por no decir años, me he visto en esa tentación tan propia del género femenino de cambiar de look. Sin embargo, con los años me he vuelto bien cobarde, y nunca me decidía a dar fin a la era del cabello largo, que tanto tiempo me tomó cultivar. Luego de darle muchas vueltas decidí hacer una buena inversión, dado que generalmente yo misma me corto el pelo, para así irme a la segura con un bonito corte y un buen trato.

No quiero nombrar a la peluquería que fui, sólo diré que comienza con Mi y termina en Señorita. En fin, tenía altas expectativas creadas sobre dicho lugar, a propósito de la experiencia de algunas amigas que tienen la suerte o desgracia de tener sus cabelleras parecidas a la mía, y tuvieron buenos resultados. Lamentablemente, yo no puedo decir lo mismo.

Antes que todo debo decir que no tengo la escoba en el pelo, y en ese sentido el peluquero se mantuvo bastante fiel a mi petición de no cortar más de 5 centímetros, pero tal vez el problema va por ahí. No me hicieron ningún corte. Me hicieron exactamente lo mismo que me hago yo en mi casa con la famosa tijera “entresacadora” de pelo, y a costo cero. Digamos que pagué una no muy módica suma por la lavada de pelo, una alisada de la parte delantera de mi pelo y la utilización de algún producto para peinar. El resto es prácticamente nada. El peluquero se demoró alrededor de cinco minutos en cortarme el pelo, ni me saludó, nunca nadie me ofreció una taza de café ni un vaso de agua, lo que se traduce en la experiencia menos personalizada que he recibido en términos de peluquería, que es exactamente lo que uno no se quiere encontrar en esas situaciones. Cuando una decide desembolsar una suma no menor en el pelo, cosa que para muchas mujeres tal vez es un gasto cotidiano al cual ya están acostumbradas, un costo hundido digamos en términos de apariencia (que es muy lejano a mi caso por lo demás) lo mínimo que espera es eso, ni siquiera el café, sino que simplemente la persona que vaya a hacerse cargo de tu pelo te salude, se presente y te pregunte que qué quieres en el pelo, con toda la calma del mundo. Pasó casi lo contrario, llegó un personaje que me dijo “¿qué vas a querer?” y con cara de “por favor apúrate mira que acaban de bajar unos billetes andantes de unas 4x4 y no quiero perderme esas propinas”, por lo que toda mi ansiedad de hablar y hablar de la biografía de mi pelo y de porqué soy tan cobarde con él, se redujeron a “tratar de mantener el largo pero cortar puntas y hacer algún corte”. No alcancé a entablar mayor conversación cuando ya había terminado su obra maestra: dejarme exactamente igual, pero con los 5 centímetros de menos que le había pedido. Obediente. Pude preguntarle de pasadita cuál era su nombre para poder despedirme de él, mientras me dejaba con la chica que me había lavado el pelo, quien se encargó de dejarme la cabeza pasada a huevo crudo todo el día. Mal. Esa fue mi experiencia en la famosa peluquería. Creo que todo se habría alivianado con un poco de cordialidad. Yo igual valoro mucho a los(as) peluqueros(as) que son capaces de escucharte y no llegar y cortarte a la pinta de ellos, pero sentí una actitud súper altanera por parte de todos los que estaban ahí, así sabiéndose que están en lo que se supone que es una de las mejores peluquerías de Santiago. La recomendación final: vénganse a la peluquería de al lado de mi casa, Thai, aquí hay buena atención, no sé si los precios son módicos o no pero al menos siempre te ofrecen una taza de café, yo me he lavado el pelo en varias ocasiones ahí y siempre salgo con una gran sonrisa. No se deje engañar por la publicidad, aun que en mi caso fue la experiencia de mis amigas… ¿Habrá sido porque era sábado y había mucha gente? En todo caso no quiero averiguarlo, al menos en un buen tiempo más. Adieu