Cuando escribí el título de lo que estoy por escribir pensé inmediatamente en que probablemente exista o existió alguna vez una campaña titulada de esa forma. No era el caso, es más bien el nombre de un ciclo que lidera el Centro de Estudios Públicos (CEP), donde se comentan ciertas lecturas doctas dignas del lugar. Este lugar se encarga de recordarme por mail, al menos una vez a la semana, cuáles son los panoramas que proponen, por lo mismo, era de esperar que tuviera tan interiorizado ese título.
De todos modos pensé en esa oración porque es muy atingente a lo que me está pasando, y en consecuencia, a lo que voy a escribir. Hace mucho tiempo que no leía una novela. Pensé en escribir “hace mucho tiempo que no leía”, pero bueno, para ser más precisa uno está leyendo constantemente y sin quererlo, además que yo sí me he preocupado de dedicarle un tiempo a la lectura, no obstante, por algún motivo no había leído novelas.
El título que me motivó a escribir fue Plataforma, de Michel Houellebecq. Fue bastante divertido que haya resultado de esta forma, este es el segundo libro que leo de este autor (el primero fue Las partículas elementales), después de ese primer libro pensé que nunca volvería a leerlo, un poco traumatizada por el recurso gráfico y explícito con que el autor relata las experiencias sexuales del protagonista, quien por esas casualidades también se llama Michel, nombre que además comparte con el protagonista de Plataforma. De esta forma, el azar y las buenas intenciones de mi hermana –quien recordó haber visto en mi posesión un libro de Houellebecq y me regaló un segundo ejemplar del autor—hicieron llegar a mis manos Plataforma. A pesar de haberme aperado de muchas novelas después de dos viajes a Argentina que hice este año, algo me impulsó a leer ese libro primero, tal vez tratando de respetar el orden cronológico en que los libros llegaron a mi poder, o sólo para superar el trauma de enfrentarme a escenas explícitas de sexo en el libro (¿así serán las novelas eróticas?).
Resultó ser un libro muy bien escrito, que no se vio desprovisto del toque picarezco del autor (por supuesto que estoy suavizando el adjetivo del escritor), y que no me soltó en cinco días al menos. Lo llevé conmigo a todas partes, me acompañó en salas de espera, micro, metro y sillones varios. Realmente sentí un gran confort de haber vuelto a leer así, es algo que no me pasaba desde que estaba en el colegio, o bueno, tal vez me pasó en el verano con 100 años de soledad, pero ahí también me vi impulsada a leerlo rápido porque el ejemplar no era mío, y ya no quería acarrear más ese casi medio kilo que debe pesar la edición de tapa dura. No sé cómo describir ese calorcillo en el alma que genera el leerse un buen libro, es una sensación que –al parecer—había olvidado, porque me conmovió tanto como para escribir al respecto.
Inspirada por esta experiencia, volví también a deleitarme también con otras artes y fui al teatro. No podría decir que no iba hace mucho porque efectivamente fui hace muy poquito, pero no sé si la comedia musical te quiero, sos perfecto, ¡cambiá! cuadrará muy bien en la etiqueta de teatro, o más bien de stand up comedy. En todo caso, dejaré el comentario teatral para otra ocasión.
Ofelia | 7 de diciembre de 2011, 9:39
Es lo máximo volver a leer así silvana! Me recordó mucho de nuestra conversa en el café torres, qué rica fue esa tarde. Espero más!!!